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martes, 4 de enero de 2011

MONTAÑAS RUSAS DESPIDIENDO LAOS. BANGKOK: EL REENCUENTRO.

bath in the river, nongh khiaw

Salimos de Laos el día 26 de diciembre atropellando a una vaca. No es una ardilla, señor conductor. Es una vaca.

(Sobrevivió, aunque el ruido contra la camioneta nos diera otras pistas).

Salimos de Laos, como digo, atropellando al mamífero más difícilmente atropellable, y además un día tarde –previo pago de multa- porque decidí pasar la Navidad en Don Det con toda la cuadrilla que fuimos montando allí, a pesar de lo surrealista de los dos últimos días.

Una cuadrilla que se montó y se desmontó aparatosamente.

Es curioso, porque a ratos me cuesta acostumbrarme a la intensidad de todo esto. Por decir.

Hacer una cuadrilla tan a tope y tan rápidamente; luego un desajuste, y algo se rompe, también muy rápido. Y te afectan de manera adolescente los aciertos y los desencuentros con gente que hace una semana no conocías. Gente que vive en países de los que no sabes ni una triste canción. Y sumamos un correo que te llega de repente y que te toca fuerte en algún sitio, haciéndote tambalear en un segundo todo lo que estás haciendo aquí. Y al cabo de un rato, por lo que sea, todo vuelve a su sitio.

En fin, todo es TAN, todo el tiempo, además. Tan contenta. Tan triste. Tan segura. Tan desorientada. Tan convencida. Tan dudosa.

En cualquier caso. Con una vaca semimuerta, dejo Laos atrás. El país dónde no hay turismos porque simplemente la clase social que usa los turismos no existe. El país dónde el billete más grande equivale a cinco euros, y aún así nadie tiene cambio nunca. El país al que definitivamente quiero volver cuanto antes.

Después de Laos.

Nos caímos en Bangkok tras una noche en autobús y todo el miedo por la llegada a la ciudad. Naima y yo, la compañera de Québec con quién me he hecho esta parte de viaje. En cambio, la ciudad me recibió con algo parecido a brisa, mucho menos bochornosa que cuando la conocí, igual de pornográfica, y en cierta manera guiñándome un ojo.

Reconocer Bangkok y reencontrarme con todos los sitios que visité cuando inicié este viaje fue una especie de recompensa, y me llenó de una complaciente (y falsa) sensación de veteranía.

Y además.

Hice en Bangkok lo que no he hecho en este tiempo.

Depilarme, por ejemplo. Mirar escaparates. Entrar en alguna tienda. Vestirme con ropa de ciudad. Ir a la Embajada. Cruzar semáforos. Comer un bocadillo.

Desasilvestrarme, en general.

Que fue hasta excitante.

Duró poco, de todas maneras. El 31 de diciembre me monté en un autobús que me dejaba en Koh Chang, una isla en la costa este de Tailandia, muy cerca de Cambodia, en el que sería mi reencuentro con el mar tras más de dos meses (desde que me fui de Malasia) sin verlo.

Amanecí el día uno de enero en la playa, concretamente en un puesto de masajes delante del mar. No encontramos bungalow cuando llegamos, y la masajista tailandesa que nos ofreció su carpa a cambio de nada nos preparó un pequeño palacio con mosquiteras de color rosa dónde sólo nos despertarían las olas mañaneras en el sin duda primer día de enero más prometedor que recuerdo.

viernes, 22 de octubre de 2010

De Tailandia a Malasia: Koh Lipe e Islas Perhentians

Todo bien en Koh Lipe, Tailandia

No me hubiera imaginado que me iba a dar tanta pena dejar Tailandia. Hace doce días que ya no estoy allí y un montón de frames congelados me bombardean a menudo. La gente que he conocido, los sitios en los que he estado, las cosas que me han pasado.
Además, dejar la tierra thai desde Koh Lipe, la isla más blanca jamás dibujada, y estar en Malasia varios días después en las islas Perhentians, quizá no fue una idea brillante de cara a los agravios comparativos.
El cansancio no es un buen compañero, y a estas famosas islas malayas las pillé agotadas, de final de temporada, con ganas de encerrarse. Se leía en la mente de los lugareños la mentalización hacia la estación monzónica, y algo corría en el ambiente que me daba a pensar que ya habían hecho todo el dinero que podían hacer. Además, y ahora sí, agravio comparativo al canto, el carácter tailandés dejó un listón en cuanto a amabilidad se refiere difícil de superar.


Koh Lipe, Tailandia

Conclusión: sitios y personas nos parecemos bastante, de poco sirve encontrarnos si nuestros momentos no coinciden. Koh Lipe me recibió brillante, de pretemporada, postmonzónica, ilusionada. Esto, el turquesa de sus aguas, la arena BLANQUÍSIMA, su fondo marino, la frescura de sus gentes y el cómo se dieron las cosas allí me la sitúan para siempre en la lista de lugares a los que volver (asumiendo el riesgo de la decepción por aquello de las segundas partes).
De todos modos, las Perhentians merecieron la pena sólo por las sorpresas de su fondo marino: vi un TORTUGÓN y tres “bebés” (enormes) tiburón, que aunque se asegura que no hacen nada, uno ha visto demasiadas veces la película como para creerse este cuento. No me imagino tiburones vegetarianos, de momento.
Además, compartí estancia y casa con dos suizas lindísimas, Adelline y Gael, y allí nos juntamos todos los días con una pareja de italianos semicatalanes (viven en Barcelona y están muchísimo más enterados de la ciudad condal que yo), con los que hicimos una pandilla la mar de entretenida.



Islas Perhentians (Malasia)

Antes de las Perhentians había estado en Pulau Penang cuatro días, el sitio al que llegué tras tirarme todo el día en una minivan para salir de Tailandia. Fue mi primera parada en Malasia y es un lugar bastante particular que se merece, enterito, el próximo post.

miércoles, 13 de octubre de 2010

UN MES

El día 13 de septiembre me quedaba sola en Istambul, tras haber pasado allí cinco días redondos y dulces con mi madre y con mi hermana. Una despedida a moco tendido, un Istambul todo para mi en medio de sollozos, un vuelo a Bangkok para el día siguiente, y un año sin guión por delante.
Yo conmigo.

Treinta días de travesía después:

El mayor aprendizaje: sin duda la desanestesia global desde el minuto uno, y el desapego con las cosas que uno tenía todo el rato cerca y creía imprescindibles.
Bum bum bum. Todo late. Bum bum bum.

Las sorpresas: la primera, el darme cuenta que reaprender a mirar y a simplemente estar es un proceso: quiere tiempo (y yo se lo doy). Las demás, a cada rato.

El deseo: seguir aprendiendo a viajar ligera. En todos los sentidos.

(Conclusión)
Ahora nada es porque no,
más bien:
¿y por qué no?

(Y me encanta)

Salud!

un mes! from Mariona Guiu on Vimeo.

miércoles, 6 de octubre de 2010

MONZONIZÁNDOME EN KOH LANTA

Uno empieza a ver mezquitas en vez de templos a la que se avanza por el sur de la costa oeste de Tailandia y, sin embargo, el lema del bar de Mong, el chiringo dónde estoy hospedada estas días, es “In bud we trust”. Tanto que, cuando la segunda noche le pregunto a Mong cuantos años tiene, me plantea el reto enmarcándomelo dentro del calendario budista: si ahora estamos en el año 2553, y él nació en el año 2516, ¿cuántos años tiene? Cálculo mental rápido.

El Mong Bar es un precioso culo de mundo de los que por la mañana, la cocinera, recién levantada, saca su hamaca, la cuelga de un árbol, y se tumba delante del mar. Toda una declaración de intenciones. Un culo de mundo para sentirse protagonista de la película que uno quiera. De dónde se viene, o a dónde se va, tanto en términos concretos como de manera más abstracta, es temario secundario que no tiene demasiada importancia y que por suerte de todos nadie pregunta.



Y Mong. Mong no sabe cómo le agradezco que se llame Mong después de tantos días de nombres impronunciables. Estoy tan agradecida que le llamo para cualquier cosa: “Mong, good morning!” “How are you, Mong?”. “Mong, it’s raining!” (cómo si él tuviera algo que ver con eso). Y Mong, que me llama Marría, así, con dos erres, me devuelve el guiño: “Good night, Marría”, “Marría, a song for you”, “Sunny day tomorrow, Marría!”.



En la isla de Koh Lanta he aprendido que siguen gustándome los monzones, pero aquí dan un poco más de respeto. Si uno toma consciencia de que el tsunami arrancó la vida y la esperanza de esta costa en el 2004, la poesía del monzón se esfuma ipso facto. La imaginación camina deprisa cuando a las seis de la mañana el primero sacude el bungalow. Las olas son furia aquí, nada de bromas.

Así que me he monzonizado, adaptando mi horario y mi todo a la voluntad del viento . Me despierto con el primer estruendo del bungalow por la mañana, alrededor de las seis. Difícil que me vuelva a dormir con el imaginario catastrófico excitado, de modo que a las seis y media estoy en pie. Y lo adelanto todo, el desayuno, la comida, la cena. Naturalmente diurna y monzónica, así estoy. Y a media noche se me cierran los ojos de cansancio, pero de ese cansancio sano y gustoso, como si fuera una niña que se ha pasado el día jugando.

(Por ahí van los tiros, en realidad.)


La costa oeste de Tailandia huele a algo de tristeza y a brutalidad natural en temporada baja y a mi me parece, aún así, tan y tan especial. Pasan los días, colecciono fotos en bungalows cada vez más cerca del mar, me crece el pelo, respiro, exploro y sonrío.

domingo, 3 de octubre de 2010

(Casi) el sur del sur: Railay



Playa de Railay (Krabi)

Me iba a ir esta mañana de Railay pero el monzón que oía desde la cama me
ha echado para atrás (Hay que coger un barco para salir de aquí: no era una
buena idea).
Así es la temporada baja en Tailandia: a mi me encanta, pero si vienes aquí con otro chip o para estancias más cortas y con voluntad de que todo suceda muy rápido, este no es el periodo ideal.

Aún así, y pese a ser época de monzones, la santa Bárbara tailandesa se está portando conmigo. Clima soportablemente húmedo (yo ya llevaba un
training interesante de Cuba y puedo con todo lo que me echen) y noches frescas que piden sábana por encima. Uau. Los monzones siempre se me aparecen en algún momento que quiero que no pase nada fuera para ocuparme de algo de dentro, así que bien.

De todos modos, creo que igual tampoco me quería ir del todo de Railay. No es que haya mucho que hacer aquí, más bien al contrario. No se puede bucear demasiado porque la playa es ancha y, aunque brutal, la marea hace de las suyas y no hay ni rocas ni cuevecitas que puedan esconder tesoros. Si eres escalador sí te puedes volver loco, porque este es el paraíso del climbing, con acantilados de piedra caliza que te hacen creer en una isla, aunque no lo sea. Pero no es mi caso, de momento.


En cualquier caso, me gusta este sitio. Vine aquí medio a ciegas, sólo con la recomendación de un israelita muy simpático de nombre difícil con quién hice un t
rekking por unas cataratas bastante espectaculares en Krabi. Y no se equivocó. La península me dio buenas vibraciones desde que vi trepar libremente a decenas de monos por los árboles mientras buscaba sitio para quedarme. Un espectáculo alucinante que confié volver a ver y que, de momento, no se ha repetido. Además, es el único sitio de los que he estado en Tailandia de momento donde no he encontrado un seven eleven y esto también le suma puntos.


Mi bungalow en Railay es lo más parecido que he tenido a una casita desde que estoy aquí. Sábanas y almohadas blancas, que huelen bien, casi flotan. Bungalow marroncito de madera en medio del monte con sábanas blancas que flotan y monzones que se oyen por las mañanas. De momento, no necesito mucho más.

El tipo que me atendió el primer día me pareció el Bob Marley tailandés, rastas y buen rollo en cada gesto. Sin embargo vi pronto que este sitio está lleno de Bobs Marleys tailandeses, que encima escalan, que te preguntan todo el rato cómo estás y que no dejan de sonreirte mientras les hablas. Antológico.



No había estado en un sitio así desde que hice mi viaje por Brasil con M. y tropezamos con Boipeba. Pensé que no existían sitios parecidos, y con el tiempo tenía la sensación de que con ella también había perdido ese sitio, como si hubiera sido un espejismo lo que allí vivimos.

Ahora estoy aquí, sola, casi seis años después, y estos y otros recuerdos afloran en este lugar tan especial, sin (demasiado) dolor y con cariño.


Mañana me voy de aquí (si el monzón me deja), y esta va a ser mi última semana tailandesa de momento (del norte, que le tengo ganas, confío poderme ocupar más adelante). Voy a bajar hasta el (ya sí) sur del sur y allí cruzaré a Malasia. Calculo será a finales de la semana que viene, si todo va según lo previsto; que lo previsto es, en realidad, poca cosa, y definitivamente, lo mejor de este viaje por ser así!