Dile a Barcelona de mi parte lo siguiente:que no se haga la interesante cada vez que voy a verla;
ella y yo sabemos que no hay para tanto,
y a pesar de todo, me sigue engañando.
Que la quiero y me irrita al mismo tiempo,
(aunque ella ya lo sabe:
se ha hecho la dura muchos ratos,
en los que tampoco hacía falta).
Que no se le suban a la cabeza los rumores:
todos quieren vivir en Barcelona,
pero los míos
que también se fueron,
no son imprescindibles donde están
y aún así
no vuelven.
(Será que no lo pone fácil).
Recuérdale también que no se contagie
de la inapetencia de lo sofisticado
aunque los modernos coman poco;
que ojito con el orgullo
de cambiar las cosas de sitio cada día:
no sabemos dónde están cuando volvemos,
y nos cansamos de buscarlas.
Dile a Barcelona que me apetecería desordenarla
como se hace con el cajón de la mesilla
cuando se vacía encima de la cama:
que ya está bien de tanta lógica aplastante,
de tanto civismo impracticable,
que de poco sirve tanto orden
con esta falta de sangre.
Pídele que no me maree
con los contraluces en mi pelo
ni con la manga corta en noviembre.
Que deje de seducirme
como lo hace con los demás;
y que por lo menos cuando vuelva,
a mí, que me trate diferente.
Que me apetece ser caprichosa como ella.