Nos ponemos a hablar todos a la vez del frío en estos días, sin darnos cuenta que no son los termómetros los que nos sacuden el alma.
Quedarnos en casa nos reúne con nosotros mismos y nos empuja a unos estupendos y helados balances globales (que, por otro lado, nadie nos pedía).
Sacarnos todas las capas de cebolla antes de meternos a la cama manda lo que se parecía a la excitación a tomar café.
Las pieles no invitan a nada.
Después, los daños colaterales: ante la escasez, el oportunismo. Toda hambruna tiene su mercado negro. Y el mercado negro del calor humano, en estos días helados, vulnerabiliza más de lo normal a los yonkis del amor que, en pleno monazo, bajan la guardia y el listón.
Quedarnos en casa nos reúne con nosotros mismos y nos empuja a unos estupendos y helados balances globales (que, por otro lado, nadie nos pedía).
Sacarnos todas las capas de cebolla antes de meternos a la cama manda lo que se parecía a la excitación a tomar café.
Las pieles no invitan a nada.
Después, los daños colaterales: ante la escasez, el oportunismo. Toda hambruna tiene su mercado negro. Y el mercado negro del calor humano, en estos días helados, vulnerabiliza más de lo normal a los yonkis del amor que, en pleno monazo, bajan la guardia y el listón.