Rodaje en Saint Kilda, Melbourne. Foto de Irene Cabré
Esencialmente noto que la ciudad me gana (y no yo a ella) cuando no sólo escribo mucho menos si no que además lo hago así:
-con guiones.
-todo por puntos.
-punto a.
-punto b.
-punto c.
-con guiones.
-todo por puntos.
-punto a.
-punto b.
-punto c.
Hay un salto cualitativo entre el pensamiento modo párrafo y el pensamiento modo guión.
En el segundo todo parece sacado de una agenda.
Los puntos, ahora, son:
1) La semana que cierro. Cada vez trabajando más y, aunque contenta, a veces y sólo a veces me planteo si es esto lo que quería. El invierno en junio también ayuda a pensar así.
Feliz, de todos modos, con los vídeos que me van saliendo, con las clases y con los alumnos. Mis clases favoritas son las de catalán. Sí, clases de catalán en Melbourne. Tengo un grupo de estudiantes espectacularmente heterogéneo con razones muy distintas para aprender la lengua de Pompeu Fabra.
(Abro paréntesis: en Melbourne hay una pequeña comunidad de catalanohablantes compuesta no sólo por los que venimos de Catalunya si no por australianos que, fascinados por la cultura catalana, llevan años estudiando la lengua y la historia de nuestro mini país. Flipante y admirable).
Creo que disfruto tanto con estas clases porque también me reconcilian, en cierto modo, con la falta de "activismo" de los últimos tiempos. Pongo las comillas en activismo, e intentaré explicarlo rápido y evitando panfletos.
La historia es que yo he crecido en la convicción de que existe una cierta "obligación" de difundir y dar a conocer nuestra cultura -la catalana, se entiende- allá dónde se vaya. Otra vez comillas en obligación: es algo que nace de dentro, un sentido de pertenencia traducido en esta creencia que, junto a otras, hace que el ejercicio de difusión y promoción cultural se practique con gusto. Y aunque adaptada a mi manera -creo que a veces los catalanes nos pasamos, y pecamos de lo mismo que criticamos- sigo sintiéndome cerca de esta convicción.
Supongo que por eso a ratos me pesaba el estar de catalana "freelance" en Madrid, aunque fuera algo que al mismo tiempo había decidido. La manera de la que me fui de Barcelona (muy castigada, sobretodo, por la imposibilidad de encontrar trabajo allí, y saturada de modernos y vendedores de humo) y mi necesidad de ver mundo marcaron un stand by, un punto de inflexión en mi relación con "la causa catalana" (comillas súper necesarias que le quiten, por favor, el olor a slogan).
En el segundo todo parece sacado de una agenda.
Los puntos, ahora, son:
1) La semana que cierro. Cada vez trabajando más y, aunque contenta, a veces y sólo a veces me planteo si es esto lo que quería. El invierno en junio también ayuda a pensar así.
Feliz, de todos modos, con los vídeos que me van saliendo, con las clases y con los alumnos. Mis clases favoritas son las de catalán. Sí, clases de catalán en Melbourne. Tengo un grupo de estudiantes espectacularmente heterogéneo con razones muy distintas para aprender la lengua de Pompeu Fabra.
(Abro paréntesis: en Melbourne hay una pequeña comunidad de catalanohablantes compuesta no sólo por los que venimos de Catalunya si no por australianos que, fascinados por la cultura catalana, llevan años estudiando la lengua y la historia de nuestro mini país. Flipante y admirable).
Creo que disfruto tanto con estas clases porque también me reconcilian, en cierto modo, con la falta de "activismo" de los últimos tiempos. Pongo las comillas en activismo, e intentaré explicarlo rápido y evitando panfletos.
La historia es que yo he crecido en la convicción de que existe una cierta "obligación" de difundir y dar a conocer nuestra cultura -la catalana, se entiende- allá dónde se vaya. Otra vez comillas en obligación: es algo que nace de dentro, un sentido de pertenencia traducido en esta creencia que, junto a otras, hace que el ejercicio de difusión y promoción cultural se practique con gusto. Y aunque adaptada a mi manera -creo que a veces los catalanes nos pasamos, y pecamos de lo mismo que criticamos- sigo sintiéndome cerca de esta convicción.
Supongo que por eso a ratos me pesaba el estar de catalana "freelance" en Madrid, aunque fuera algo que al mismo tiempo había decidido. La manera de la que me fui de Barcelona (muy castigada, sobretodo, por la imposibilidad de encontrar trabajo allí, y saturada de modernos y vendedores de humo) y mi necesidad de ver mundo marcaron un stand by, un punto de inflexión en mi relación con "la causa catalana" (comillas súper necesarias que le quiten, por favor, el olor a slogan).
Conclusión, rápida y parcial: Las clases de catalán, la curiosidad y las ganas de mis alumnos (que, por cierto, hablan que da gusto) me conectan de una manera más especial al sitio del que vengo, que a 17000 kilómetros resulta más bonito aún de lo que ya es de por sí. Con todas sus cositas, que también las tiene.
2) La semana que empiezo: cambios. El primero, acabo con el housesitting en el que he estado metida el último mes y medio. Ser una housesitter consiste básicamente en cuidar de una casa mientras los propietarios están fuera. Ellos se van, y tú te haces cargo de su hogar y de los animalitos que cohabitarán contigo -normalmente, la razón fundamental para vivir allí- Algo muy frecuente en el Planeta Australia, y en cambio difícil de imaginar en el planeta España, dónde de entrada no viajamos ni una cuarta parte de lo que lo hacen los australianos y sentimos, además, un (inexplicable, a veces) apego a nuestra casa de alquiler vergonzoso o de hipoteca cadavérica. Total, que los dueños vuelven y yo me voy con la música a otra parte. Concretamente, a Tasmania, dónde aprovecho el "vacío" de ser una homeless por unos días para pegarme un descanso de ciudad en la Isla del Diablo. Algo que además necesito bastante porque desde que me quedé en Melbourne tras seis meses de nomadismo, el punto número tres y último de este post, me martillea la cabeza:
2) La semana que empiezo: cambios. El primero, acabo con el housesitting en el que he estado metida el último mes y medio. Ser una housesitter consiste básicamente en cuidar de una casa mientras los propietarios están fuera. Ellos se van, y tú te haces cargo de su hogar y de los animalitos que cohabitarán contigo -normalmente, la razón fundamental para vivir allí- Algo muy frecuente en el Planeta Australia, y en cambio difícil de imaginar en el planeta España, dónde de entrada no viajamos ni una cuarta parte de lo que lo hacen los australianos y sentimos, además, un (inexplicable, a veces) apego a nuestra casa de alquiler vergonzoso o de hipoteca cadavérica. Total, que los dueños vuelven y yo me voy con la música a otra parte. Concretamente, a Tasmania, dónde aprovecho el "vacío" de ser una homeless por unos días para pegarme un descanso de ciudad en la Isla del Diablo. Algo que además necesito bastante porque desde que me quedé en Melbourne tras seis meses de nomadismo, el punto número tres y último de este post, me martillea la cabeza:
3) Quiero seguir viajando.
3 comentarios:
jajajajaajja...sigue viajando!!!
Que disfrutes mucho en Tasmania, y saluda al dibujo animado!!!!!
Segueix, Mariona, segueix. Punto 3 a tope!
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