Pues resulta que ya llevo un mes en esta ciudad en la que decidí quedarme a vivir antes de haberla pisado.
Y resulta que antes de este mes en el que me he quedado otra vez sin tiempo para nada, hice una ruta por la Costa Este con dos desconocidos, con los cuales me atreví a bromear sobre algunos de sus vicios y algunas de mis manías tras quince días juntos en la carretera.
Durante esos días en la furgoneta me acordé que hace dos años hice otro viaje, en otras circunstancias y sobretodo, con otro estado de ánimo, también con dos hombres. Fuimos a Formentera, acariciamos atardeceres, descubrí (con bastante dolor) algunas de mis frustraciones y saqué a la luz algunos defectos que ni siquiera yo conocía, o sí: pero ahí estaban, en cualquier caso. Estaba floja, y viajar con hombres tiene lo más grandioso y lo más horrible al mismo tiempo: es fácil. Y lo fácil a veces me encanta, pero a veces me irrita soberanamente.
(Es lo que tiene no serlo. Fácil, digo).
Fue un viaje extraño pero útil, del que tengo un recuerdo difuso; un viaje que me dejó un poco tocada un rato largo y que me hizo querer (sobretodo luego) de una manera muy particular a los pequeños grandes seres que lo hicieron conmigo.
Esta vez me acordé mucho de ellos, porque de estos doscientos y pico días de travesía hay algunos en los que la desconexión es tan fuerte y la conciencia de estar en el quinto coño es tan aclaparadora, que una se pregunta si allí en el otro lado se acordarán de estos rizos, y de repente el sentido de pertenencia, en vez de reforzarse, se diluye como la tónica en la ginebra; y es ahí cuando te das cuenta que, en un sentido absoluto, no te acabas de sentir de ninguna parte.
El día uno de marzo había quedado en Brisbane con Sergi, un catalán con el que me crucé en un albergue en Byron Bay. Nos habíamos conocido muy por encima unos días antes, y como unos valientes, decidimos viajar juntos y buscar a un compañero con el que hacernos la Costa Este, desde Brisbane hasta Cairns en aproximadamente 15 días. Luego, yo volaba sí o sí a Melbourne, dónde empezaba (y empezó) la fase tres de este viaje. Dónde se acababa la broma y arrancaba, más o menos, otra vez la vida en serio. Por lo menos, un ensayo.
Y de nuevo, en esta especie de puzzle cósmico en el que todo encaja, y del que últimamente parezco ser una jugadora avanzada (primera vez en la vida que tengo esta sensación, debo decir), encontramos esa misma tarde a un alemán, Mika, que ya tenía furgoneta y buscaba a dos compañeros con los que iniciar esa misma noche una ruta hacia el Norte. Todo cuadraba.
Así que nos conocimos, acordamos muy por encima la ruta (de manera masculina, fácil), nos montamos en la furgoneta y esa noche, tras celebrar con unas cervezas nuestro oportuno encuentro, buscamos una playa en la que dormir e inaguramos la primera de nuestras noches juntos en nuestro nuevo hogar.
Durante los días de la travesía, fuimos esquivando o dejando atrás todas las catástrofes naturales que se iban aconteciendo en este país-continente, especialmente inundaciones. Hicimos kilómetros y kilómetros advertidos constantemente por la obsesión australiana, que es TAKE A REST. No te duermas en la carretera. Porque sí, si algo tienen los australianos es carreteras interminables de paisajes inmutables que funcionan como somnífero infalible.
Despedimos la ruta con un buceo en Cairns, en la parte dónde la barrera es más generosa, y desde la misma playa pueden verse los tesoros más increíbles. Aluciné.
6 comentarios:
POR FIN llegó esta crónica, pero me ha sabido a poco, morena.
BESOS
Mariona, aunque no haya dejado huella por aquí hasta ahora, quiero decirte que sigo tu diario de viaje como una novela. Tu(s) aventura(s) me tiene enganchada. Por lo que cuentas. Por cómo lo cuentas.
Te leo con admiración, mucha. A mí me cuesta hasta cambiarme de barrio. Por eso tu valentía, tu ponerte el mundo por montera y recorrerlo de la manera en que lo haces, tu irte al otro lado del planeta me fascina. Admiro a la gente valiente, vital, que hace cosas en vez de estarse quejando siempre de todo. Quizá porque yo soy tirando al segundo grupo.
No nos conocemos demasiado, pero no te quepa duda de que en estas Antípodas hay amigos que no se olvidan de tus rizos, de tu risa, de tu acento.
Mucha suerte en tu viaje, en tu nueva vida.
Te seguiré leyendo.
Un beso desde Madrid
Lara, lo sé. (te debo la OTRA parte, je).
ETDN, gracias! ¡Qué alegría lo que me dices, qué alegría saber que pasas discreta por esta casa! Gracias por los ánimos y por el cariño. Sé que tu también estás en un momento especial, así que muchas felicidades por ello.
Un beso melbourniano a las dos!
Qué buena crónica, Mariona, y qué pequeño(en comparación con tus doscientos días de ruta)-gran (en comparación con todo lo demás) viaje. Felicidades por esos encuentros y por verte de jugadora avanzada y capitán sin puerto. Y recuerda, allí te puedes guiar por la Cruz del Sur, pero aquí te espera la cruzcampo jsjs. Besotes!
Un hombre "fácil", que no puede, ni quiere olvidar tus rizos...
Encara no m'havia vagat a deixar un comentari en aquesta entrada, tan visualment potent, tan irresistiblement atraient. I quina manera de mirar! Tant davant com darrere la càmera. Pura vitalitat.
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