En Madrid se quedaron un par de asuntos por resolver que me tuvieron la cabeza medio poseída durante todo el paso por Istambul, así que llegué a Bangkok el martes 14 con una extraña sensación de estar más allá que acá, combinada por el efecto alucinógeno resultante de mezclar el jetlag con el cansancio y con un montón de thais, budhas de oro y pantallas con post-adolescentes gigantes hablándote todo el rato, con esa especie de tono pornográfico que tienen las asiáticas cuando se ríen y hablan todas juntas.
Así que en realidad de momento esta es la sensación que prevalece: si a primera vista (aunque todavía me queda mucho por ver) tuviera que definir Bangkok con un adjetivo diría que es eso, una ciudad pornográfica. Los autobuses son rosas, los taxis son rosas, el consumo en general es lujurioso y excesivo, los cartelitos con corazoncitos y conejitos están a la orden del día, los mil millones de puestos de comida incitan a tener todo el día algo en la boca, el tráfico es obsceno y la contaminación escandalosa.
(Pues menuda fama tenemos… )
Tras pagar la novatada, me cambié de hostel el segundo día y me estoy quedando al lado, en Banglamphu, que si bien no se libra de esta orgía de consumo y excesos, es un poco más tranquilo y menos postpúber.
Pasé el primer día entero entre esta especie de colocón de bienvenida, los trámites para la visa para China, y un dolor de barriga amenazante tras mis primeros noodles callejeros … y llevo tres días aquí, haciendóme el hueco, tratando de orientarme y de quitarme el jetlag y de entender discretamente cómo funciona esto.
Tengo que quedarme hasta el martes aquí por el tema de la VISA (la embajada china tiene mi pasaporte). Ahora mismo tantos días en una ciudad como esta, tan sobrecargada de estímulos, me agotan, pero igual tengo que dejar pasar el colocón… En esto estoy, en realidad. Por el momento, ya me han pasado un par de cosas cuanto menos inesperadas. Vamos viendo…
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