domingo, 28 de agosto de 2011

Sueños raros en estos últimos días de viaje: amores antiguos mezclados con los de ahora, todas mis amigas diciéndome a la vez que están embarazadas en el aeropuerto de Barajas, broncas raras y surrealistas, diferentes protagonistas de épocas distintas juntos en un show esperpéntico, Melbourne y Madrid mezclados en escaparates de Barcelona. Me levanto tan sumamente cansada y desubicada que tardo un rato largo en colocarme en el mundo. Después de varios meses de plácidas noches vacías de marmota, una extrañísima avalancha de secuencias dispares me bombardea, en una especie de multicine despiadado y simultáneo. Algo así como un balance involuntario ahora que sin remedio estos días se acercan a su fin.

La mañana que me iba de Melbourne, hoy hace trece días, M. me leyó el horóscopo. Estábamos tranquilos, en el salón, como si en lugar del día D del que se había evitado hablar fuera una mañana cualquiera. 20 grados en pleno invierno. En tres horas yo estaría en el aeropuerto de la ciudad en la que había vivido los últimos cinco meses, y aún así, me encontraba sorprendentemente relajada (maletas hechas el día anterior, una auténtica y excitante novedad en mi vida). Me preguntó: ¿qué signo eres? Tauro, dije. Se rió, haciéndolo con gesto cariñosamente repelente, con un poco de ‘algo me cuadra en eso’. Creí que ya se lo había dicho, pero debió de ser que no, porque el dato le hizo gracia, y sin duda le pareció revelador.

El caso es que el 16 de agosto de 2011 los visionarios del The Age digital nos dedicaban a los toritos lo siguiente: “Yesterday is history, tomorrow is a mistery, but today is a gift. That is why is called the present”. No me acuerdo qué más venía, igual ni le escuché. En realidad no soy muy fan de estas frases lapidarias de dedicatoria teregalounlibro, pero reconozco que ésta me pilló cerrando cosas, en el inicio de este nudo de estómago nacido de la conciencia de que ya estoy volviendo a casa, y además sí, un poco conmovida por las despedidas y por las conclusiones. Como si entendiera de repente que no era tanto lo que me llevaba de allí ni lo que pasará cuando vuelva a Melbourne a finales de octubre, si no el privilegio de vivir en ese preciso momento la tristeza de despedirme de la ciudad. Lo que eso significa.

Así que, en fin, disfruté del adiós en plano ralentizado, aunque no quise girar la cara hacia la calle cuando se me cayeron un par de lagrimotas cruzando la entrada de la terminal Internacional en Tullamarine.

Total. Tras dejar Melbourne en invierno en un avión de Jetstar, ocho horas después, en Bali y en verano, me encontraba con mi amiga A. tras un año sin vernos. De entre todas las cosas maravillosas con las que nos hemos homenajeado, hemos hablado mucho. Previsiblemente, claro. Hemos hablado de todo, sin categorías ni discriminaciones intelectuales: desde la dimisión de Steve Jobs y las incógnitas del audiovisual en medio de la revolución digital, hasta de las canas que me están saliendo en la patilla izquierda. Previsiblemente también, los temas Madrid, cañas, compis, curros, precariedades varias y demás terrenalidades que dejé atrás hace un año se han acercado a nuestra mesa. Ha sido algo así como desenterrarlos. Es curioso porque el primer día que me encontré a A. en Ubud, todavía tenía Madrid muy lejos y Melbourne muy cerca. Sin embargo, ella ha sido el puente entre el Melbourne en llamas que me llevé y el Madrid y Barcelona que están por venir. Me fui de la ciudad australiana en estado volcánico, con un montón de cosas encendidas allí, y con la angustia de dejarlas todas a la mitad. Con el miedo de que no me esperasen, de que no me esperen, vaya. Sin embargo, en Bali he asentado de nuevo lo que ya había aprendido antes, en el viaje: la conciencia de que nadie es imprescindible y de que, en fin, lo que tenga que esperarme, me esperará. Y a relativizar los demás plantones.

Días de cierre en los que además, A. me reencuentra y me recuerda la que era antes de irme, el estrés en el qué me encontraba, la incapacidad para afrontarme a ciertas cosas, y yo le sumo tantos otros puntos que la lista resulta aburridísima. No me lo ha dicho en estas palabras, pero diría que me ha encontrado un poco como la de siempre, pero multiplicada (esperemos que no en dimensiones físicas) y aliviada. Y ha sido una feliz conclusión porque supongo que a esto era a lo que venía: a quitarme las pieles. Y pensándolo bien, me parece bonito poder decir ‘he vuelto yo’, incluso más que ‘he vuelto distinta’. O bueno, dependerá, claro.

Nos quedan cuatro puestas de sol en Bali, hoy es la número cuatro, y empieza a restar. Miro a A. que, sentada en un templecito o porchecito o construcción mística balinesa o lo que sea en medio de la playa, recopila las pautas de estos días para convertirlas en semillitas realistas y viables para su plan. A. tiene un plan para que respirar hondo no sea sólo cuando no puedes más si no cuando tú lo decides y por el placer de hacerlo, y yo, ahora que el nudo en el estómago aprieta y que empiezo a estar excitantemente nerviosa, sólo tengo canciones horteras salidas de no sé dónde martilleándome la cabeza (“qué es lo que tengo, qué tengo de tó!”) y esta avalancha de sueños raros que llegan, deduzco, de algún sótano maltratado allí dónde nunca barremos.