jueves, 27 de enero de 2011

En la ciudad del sultán. Yogyakarta.

nenabus_yogja

En Yogjakarta todos miramos al mismo tiempo.
(Y esto a veces complica -un poco- las cosas).

senyor parking_yogja
vida_jogya

Por lo demás.

Esta es la Indonesia que pensábamos cuando pensábamos en Indonesia.

Así que
pese al olor a supervivencia en cada calle,
todo resulta extrañamente familiar.

(En la ciudad dónde todavía existe un sultán)

martes, 25 de enero de 2011

Indonesia antes de. Bali, Lombok, Gilli Islands.

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De lo primero que me di cuenta al aterrizar en Indonesia a principios de enero, a parte de la descarada belleza de ellos y ellas, es que el regateo es una obligación. Sin llevar todavía el chip puesto, traté de averiguar el precio para el vehículo que me sacara del aeropuerto, y ellos mismos me obligaban a poner otra cifra distinta a la que me ofrecían a priori, sorprendidos y desconcertados de que no serpenteara con el importe: “I told you one prize, now you have to say another one”, me decían, conscientes de que partían del disparate. Yo, que todavía no tenía las referencias del valor de las cosas, no estaba dispuesta a entrar al trapo, de modo que me quedé un par de horas sentada en el aeropuerto estudiando la jugada, aturdida y aturullada ante una cultura tan despierta.
Así empezaron estos días.

Tras la reflexión, me subí a un bemo rumbo a Padang Bay con mi mochila y estos dos conocimientos como equipaje, la belleza nacional y el regateo, y enseguida confirmé el que sería el tercero de ellos: Bali es, mucho más allá del paraíso del vuelo chárter, el lugar de las sorpresas infinitas y del desmorone de las ideas preconcebidas. Es el lugar con las terrazas de arroz más bestias que he visto hasta ahora; la isla con la selva más espesa; el centro cultural con la espiritualidad más apabullante, las sonrisas más blancas y con la gente más simpática (y avispada). Y además, todo, absolutamente todo, es belleza. En Bali existe la obligación colectiva de crear cosas bellas, pues la belleza se considera al servicio de la comunidad y de la religión.

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Esta primera vez estuve dos días en Bali, sabiendo que volvería para recoger a mi hermana una semana más tarde: un encuentro que veníamos planeando desde hace mucho tiempo y que por fin, y tras distintos amagos, se confirmaba.

Unos primeros días en Indonesia esencialmente impacientes.

Por eso decidí aligerarme la espera en Lombok, la isla vecina a Bali. Dos días en Sengiggi, donde me alquilé una moto y recorrí las carreteras llenas de monos con las ruidosas lluvias tropicales como telón de fondo, y los otros tres en las islas Gilli, concretamente en Gilli Air. Había oído hablar de estas islas y, en honor a la verdad, no sé si es porque empiezo a tener el listón isleño demasiado alto o bien porque la época de lluvias lo ensombreció todo pero, en cualquier caso, no me parecieron espectaculares. Lo mejor: la pareja de alemanes con la que compartí el lugar, Oli y Susan, que me semiadoptaron y nos convertimos por unos días en una curiosa familia.

Cuando cumplía una semana en Indonesia volví a Bali, a Ubud, para preparar el reencuentro. Busqué una pensión bonita (en la misma línea económica en la que suelo moverme, pero bonita en cualquier caso), preparé el vestido que más me gusta y me fui a la cama escribiendo una de mis típicas listas, esta vez, de los distintos sitios a los que todavía quiero ir en el sudeste asiático. Al día siguiente iría a buscar a mi hermana al aeropuerto y esa noche estaba tan absolutamente contenta que me costó mucho dormir.

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martes, 11 de enero de 2011

11-1-11... y unas primeras veces...



(SER
PRIMERIZO
NO
ACOMPLEJA)


ONCEAVA
CAMINAR KILÓMETROS EN UNA PLAYA COMPLETAMENTE SOLA MIENTRAS LLUEVE A LO BESTIA.
AYER 10 ENERO 2011, LOMBOK, INDONESIA.
Y luego recorrerme con una moto una carretera del interior de la isla de dónde salían monos por todas partes.

DÉCIMA
DESPERTARME EL PRIMER DÍA DEL AÑO DELANTE DEL MAR HABIENDO DORMIDO AL AIRE LIBRE.
1 ENERO 2011, KO CHANG, TAILANDIA
No sólo eso. También primera vez en que el Fin de Año no es un stress.
Llegamos una panda de israelíes y yo (les había conocido el mismo día yendo hacia la isla) completamente desarmados, es decir: sin plan para un 31 de diciembre (qué alivio). La parte menos motivadora de la improvisación: no había sitio para dormir. Y ya era de noche, y nuestras mochilas pesaban, y empezábamos a desanimarnos. De repente una masajista salida de no sé dónde nos ofreció su carpa de masajes en la playa para que durmiéramos allí. Y no sólo eso: nos preparó un pequeño castillo, con mosquiteras de princesa y colchones azules en los que nos caímos poco después de deducir, sin uvas, que ya estábamos en el 2011.

NOVENA
UN MASAJE TAILANDÉS.
DICIEMBRE 2010, BANGKOK, TAILANDIA
La cosa va de masajistas prodigiosas. Y un masaje. En realidad, dos. El primero, un (auto) regalo: yo era la única viajera de todos los que conozco que tras cuatro meses por el sudeste asiático todavía no se había dado el capricho. Y decidí dármelo antes de acabar el año. El segundo, un regalo de Naima por haberle hecho un vídeo para su novio (nunca negué ser una chica fácil).
Ambos en el mismo sitio, y con la misma masajista. Prodigiosa, sí.
Reconozco que no es la idea mental del masaje relajante que uno tiene cuando quiere darse un lujazo de estos: nada de aceites, usan todo el cuerpo para masajear (de repente notas un codo en la espalda, y hasta te asustas) y tiene más relación con los estiramientos que con el placer. Pero a mi me pareció espectacular, y tomé conciencia de todas y cada una de las partes de mi cuerpo, y añadiría: ¡todas dolían!

OCTAVA
TARDES CON MONJES BUDISTAS EN SUS HABITACIONES ADOLESCENTES
DICIEMBRE 2010, LUANG PRABANG, LAOS
No me acuerdo cómo acabé haciéndome la pandillita de monjes con los que pasé las primeras tardes en Luang Prabang. Al principio me daba cierto reparo entrar en sus cuartos, pero me asumieron con tanta naturalidad que se me pasó. Quedábamos en la entrada del Templo (tomorrow here three o clock), y nos metíamos en sus habitaciones, dónde escuchábamos música y básicamente quemábamos las horas como se queman cuando tienes 15 años. Difícil para mi mantener la concentración para acordarme que no podía tocarles (las mujeres no podemos hacerlo).
Lo que me dio a pensar que igual toco demasiado.
Tiernos momentazos.

SÉPTIMA
RECORRER VARIOS DÍAS SEGUIDOS UN PAÍS EN BICICLETA
DICIEMBRE 2010, LAOS
Nunca he tenido especial devoción por las bicicletas. Me daban envidia los ciclistas devotos por tener un sentimiento siempre fiel y sentirse tan vinculados a la filosofía del pedaleo. Pero a mi no se me movía nada.
Después de recorrer cada sitio de los que he estado en Laos a dos ruedas, me declaro ciclista incondicional, o por lo menos, he descubierto que es genial viajar en bicicleta, obviando además lo barato y ecológico.
Una primera vez tardía. Pero oiga.

SEXTA
PASAR 26 HORAS SEGUIDAS DENTRO DE UN TREN DE UNOS MIL CHINOS SIENDO LA ÚNICA OCCIDENTAL
NOVIEMBRE 2010, TREN GUANGZHOU-KUNMIG, CHINA
Y sobrevivir! A esta le tenía especial miedo. Los tópicos son ciertos: los chinos no son limpios. Tienen un montón de cualidades, pero son guarretes, qué le vamos a hacer. Total, que después de todo lo que había visto los días previos tenía pánico a ese tren, y a esas horas. Evité las bebidas para no tener que ir al lavabo, me tomé dos fortasec a modo prevención, y un par de valerianas para dormir. Y porque no tenía más cosas.
Al final, no fue para tanto. No pude hablar con casi nadie (como tantas otras veces en China) pero me lo pasé bien.

QUINTA
UNA SEMANA ENTERA CON ESCALADORES
NOVIEMBRE 2010, YANGSHUO, CHINA
Y hablar sólo de escalada. Algo que, para alguien como yo, que me encanta quedarme quieta mirando como suben las escaleras mecánicas de cualquier sitio, fue un auténtico descubrimiento. Aluciné con la pasión (y la obsesión).
Fueron unos días especiales en un lugar igual de especial, Yangshuo, el pueblo en el que Akira Toriyama se inspiró para dibujar Dragon Ball.

CUARTA
AMANECER EN UN 25º PISO ENMEDIO DE UNA URBE DE 13 MILLONES DE HABITANTES
NOVIEMBRE 2010, GUANGZHOU, CHINA
Todo en esa ciudad tuvo algo de primera vez. Estar tantos días con mi hermano después de tantos años sin vivir juntos, convivir con chinos, comer cosas riquísimas y absolutamente desconocidas, no ser capaz de comunicarme verbalmente y tener que llevar un papel con todo escrito...
China en sí es una primera vez constante, tan marciana, tan lejana, tan gigante, tan ruidosamente aclaparadora y tan brutal.
TERCERA
VER TORTUGAS Y BABY SHARKS EN EL MAR
OCTUBRE 2010, ISLAS PERHENTIAN, MALASIA.
Las Perhentian no fueron lo más en cuanto a Islas,
teniendo en cuenta que venía, además,
muy eclipsada de las islas tailandesas en las que
había estado antes. Sin embargo, los snorkellings
de allí merecieron muchísimo la pena: además de
las tortugas y los tiburoncitos, nadé entre
los peces más psicodélicos que he visto jamás.

SEGUNDA
LLEGAR A UNA CIUDAD CON 365 DÍAS POR DELANTE PARA INVENTAR.
BANGKOK, SEPTIEMBRE 2010
Pues eso.


PRIMERA
UN VIAJE CON MI MADRE Y CON MI HERMANA.
ISTAMBUL, SEPTIEMBRE 2010
Una tan deseada primera vez. Y mira que no era tan difícil.
Fue el arranque, el origen, la fuerza. Lloré como una posesa al despedirnos. Ellas a Barcelona y yo a Bangkok. En realidad lloré por dentro casi todo el viaje. Estaba cansada y todo estaba a punto de empezar. Cómo sería. Casi pierdo las ganas.
Y era tan fácil, con ellas. Tan fácil. Cinco días de no tener que contar demasiado, sólo estar. Cinco días de reconocerse. De poder ser todo el rato lo que somos. Cinco días dónde juntamos todos los tópicos de felicidad: reír, hacernos muchas fotos y ser muy patosas.
Divertido, básico. Y dulce.
Una de las mejores primeras veces.

sábado, 8 de enero de 2011

Bali y el pasado de los aeropuertos

Tenía 21 años y los rizos muy cortos cuando el 15 de enero del 2002 aterrizaba en Cagliari, la capital de Cerdeña, con una beca Erasmus, una maleta lila más grande que yo y toda mi absoluta e indiscreta ignorancia acerca del lugar en el qué iba a vivir durante ocho meses. En realidad había escogido Palermo como primera opción, Cagliari como segunda -sin saber exactamente situarla del todo en el mapa-, y creo que Toulouse como tercera.

Vamos, que a mi lo que me interesaba era irme y, como ahora, creía que todos los lugares tenían algo interesante que ofrecer. Por eso me daba más o menos igual dónde y de qué forma (esto ya no es -tan- así).

Me había subido antes a otros aviones, pero nunca como entonces había vislumbrado tan claramente la emoción de un futuro por escribir, con mi letra y a mi manera.

Era yo y lo que estaba por venir. Que podía ser todo.

Me acuerdo de mi maleta lila, gigante. Tan llena de cosas inútiles. No querer mirarla demasiado por miedo a que el choque con mis ojos pusiera fin al sufrimiento de las cremalleras agonizantes, y que explotara todo sin piedad y sin vergüenza.

Me acuerdo de cómo olían las azafatas de Alitalia de ojos verdes Christian Dior. Altas y tremendas, con unas camisas blancas con puntos negros abiertas en el punto justo. Mi voluntad hippie grunge se venía abajo y pedía a ese cielo que atravesábamos en ese momento ser una Mujer así como ellas.

Me acuerdo también de la sensación de tener entre las manos un billete muy caro. Por aquellos días no había low cost, con lo que irme a Cerdeña me costó 50000 pesetas de las de entonces (escala en Roma y cambio de avión), y dos semanas de reflexión acerca de qué billete comprar (nada de Internet: pateo puro y duro por las agencias). Con un billete que no era una tontería, la vocecita susurrando “aprovecha el tiempo” -en un sentido académico más que lúdico- era un cosquilleo molesto en la oreja de mi vividor sentido de la responsabilidad.

De hecho, claro: el tiempo académico fue el único que no aproveché.

En cualquier caso, esa hora y media en el aeropuerto después del aterrizaje es la que se ha quedado viviendo en mi pecera. La primera hora y media de un sitio todavía sin identidad, y con todas las posiblidades. Esa hora y media en la que esperé mi maleta, en la que dibujé mis tramas; ese trozo de tiempo en el que combiné mentalmente toda la ropa que tenía en el equipaje, en el que escuché las primeras palabras en italiano, en el que imaginé cómo serían todos los edificios de la ciudad que había pensado durante seis meses y que ahora estaba a unos impacientes noventa minutos de mi.

Creo que todo lo que pasó a partir de ese día fue lo que convirtió ese momento en El Momento, y a lo largo de los años quizá mi memoria y mis sentidos le han añadido muchos detalles y emociones asociadas que ni siquiera existieron.

He pisado muchos aeropuertos desde entonces y obviamente no se ha vuelto a repetir lo que vino a partir de ese aterrizaje. Por lo menos, no de la misma manera. No he vuelto a sentirme ni tan guapa, ni tan poderosa, ni tan joven, ni tan inconsciente. No me he enamorado exactamente igual ni he vuelto a ser tan valiente con las cosas del amor, como tampoco he vuelto a vivir ciertas experiencias con la misma candidez.

Y no es tristeza. Es lo que hay.

Una parte de mi sabe que todo esto tiene ahora su sentido máximo como lo que es: material nostálgico para la creación, para el recuerdo, para los balances. Para acordarse del antes y del después de cada disparo analógico de todas las fotografías que hay en los dos álbumes (oh! álbumes), y reinventarlo.

Tener 21 años, y todo el futuro por delante enamorada en una isla del mediterráneo me convierte en una privilegiada en la memoria, claro. Y eso a la inspiración le pone.

Aún así, algunas veces, muy pocas sí, pero algunas, cuando llego a un nuevo aeropuerto, algo de ese yo congelado se activa y se pone a aletear en la pecera.

Sin ir más lejos, ayer, cuando aterré en Bali, con toda la humedad que se me vino encima por ser época monzónica, esa privilegiada en la memoria resucitó por su cuenta y riesgo. Excitada y anónima ante todas las posibilidades desacotadas de un aterrizaje. Con los rizos mucho más largos ahora y sin voluntad hippie grunge, pero con la misma inconsciencia y la misma alegría ante lo que depara un aeropuerto que todavía no tiene pasado.

martes, 4 de enero de 2011

MONTAÑAS RUSAS DESPIDIENDO LAOS. BANGKOK: EL REENCUENTRO.

bath in the river, nongh khiaw

Salimos de Laos el día 26 de diciembre atropellando a una vaca. No es una ardilla, señor conductor. Es una vaca.

(Sobrevivió, aunque el ruido contra la camioneta nos diera otras pistas).

Salimos de Laos, como digo, atropellando al mamífero más difícilmente atropellable, y además un día tarde –previo pago de multa- porque decidí pasar la Navidad en Don Det con toda la cuadrilla que fuimos montando allí, a pesar de lo surrealista de los dos últimos días.

Una cuadrilla que se montó y se desmontó aparatosamente.

Es curioso, porque a ratos me cuesta acostumbrarme a la intensidad de todo esto. Por decir.

Hacer una cuadrilla tan a tope y tan rápidamente; luego un desajuste, y algo se rompe, también muy rápido. Y te afectan de manera adolescente los aciertos y los desencuentros con gente que hace una semana no conocías. Gente que vive en países de los que no sabes ni una triste canción. Y sumamos un correo que te llega de repente y que te toca fuerte en algún sitio, haciéndote tambalear en un segundo todo lo que estás haciendo aquí. Y al cabo de un rato, por lo que sea, todo vuelve a su sitio.

En fin, todo es TAN, todo el tiempo, además. Tan contenta. Tan triste. Tan segura. Tan desorientada. Tan convencida. Tan dudosa.

En cualquier caso. Con una vaca semimuerta, dejo Laos atrás. El país dónde no hay turismos porque simplemente la clase social que usa los turismos no existe. El país dónde el billete más grande equivale a cinco euros, y aún así nadie tiene cambio nunca. El país al que definitivamente quiero volver cuanto antes.

Después de Laos.

Nos caímos en Bangkok tras una noche en autobús y todo el miedo por la llegada a la ciudad. Naima y yo, la compañera de Québec con quién me he hecho esta parte de viaje. En cambio, la ciudad me recibió con algo parecido a brisa, mucho menos bochornosa que cuando la conocí, igual de pornográfica, y en cierta manera guiñándome un ojo.

Reconocer Bangkok y reencontrarme con todos los sitios que visité cuando inicié este viaje fue una especie de recompensa, y me llenó de una complaciente (y falsa) sensación de veteranía.

Y además.

Hice en Bangkok lo que no he hecho en este tiempo.

Depilarme, por ejemplo. Mirar escaparates. Entrar en alguna tienda. Vestirme con ropa de ciudad. Ir a la Embajada. Cruzar semáforos. Comer un bocadillo.

Desasilvestrarme, en general.

Que fue hasta excitante.

Duró poco, de todas maneras. El 31 de diciembre me monté en un autobús que me dejaba en Koh Chang, una isla en la costa este de Tailandia, muy cerca de Cambodia, en el que sería mi reencuentro con el mar tras más de dos meses (desde que me fui de Malasia) sin verlo.

Amanecí el día uno de enero en la playa, concretamente en un puesto de masajes delante del mar. No encontramos bungalow cuando llegamos, y la masajista tailandesa que nos ofreció su carpa a cambio de nada nos preparó un pequeño palacio con mosquiteras de color rosa dónde sólo nos despertarían las olas mañaneras en el sin duda primer día de enero más prometedor que recuerdo.