

En la última cerveza antes de irme salió el tema del hacerse valer. El punto de partida era –y ya no me acuerdo a qué venía- que el hacerse valer que habíamos bebido –con todo el amor- hasta en la leche con cola cao, nos estaba complicando un poquito más las cosas de lo que quiénes nos lo sirvieron –pobres- hubieran querido.
Le decía a A. que me contaron que, a veces, en los momentos valientes, uno puede de repente verse desde fuera y es entonces cuando se le aparece la chuleta del hacerse valer, como un decálogo (de comport/funcionamiento).
Y A. me explicó que estaba fascinada porque hacia unos días había presenciado un acoso y derribo del que ella nunca sería capaz; entró en un bar con una chica que acababa de conocer, muy Juani ella, pero con mucho estilo (siempre según A). Unas cañas. La Juani en cuestión fichó a un camarero. Qué mono es, dijo. Y por lo visto dijo sólo eso, pero en diez minutos (y yo no sé como fue, eso sí me lo contaron) salían juntos por la puerta.
No deja de ser gracioso que nos flipen estas cosas, coméntabamos cuando ya nos íbamos. (También podríamos).
Y no era con tristeza; sigue haciéndonos gracia.

(La última vez que hablamos, le pregunté a A. qué sabía de la historia de la Juani.
Bueno, ya nada. Pero han estado juntos un tiempo, muy a gusto. Y todo esto que se llevan, ¿no?)